Llovió tanto aquella primavera que la charca invadió los terrenos aledaños, creciendo como locos los arbustos, las amapolas, las flores amarillas...los vecinos patos estaban encantados.
Una mañana fresquita Ambrosio fue al lugar para recoger las crías de los cangrejos, bien sabía que estos huevos darían su fruto, pero al no encontrarlos preguntó a Aida, la tortuga grande pues era la que más sabía de todos los animales que allí vivían, la encontró tomando el sol sobre el risco lleno de carrizos y algún arbolillo donde solía parar el mirlo Carolo; ella no sabía nada de nada.
Después hizo lo mismo con Cleo y Clotilde, una pareja de tortugas más joven que la anterior y muy íntimas y celosas de sus cosillas pues teniendo menos edad quizá supieran del paradero de los bichitos, pero tampoco sabían nada, un poco más tarde preguntó a los padres de las criaturas, dos cangrejos fuertes y buenos nadadores que también tomaban el sol en un lugar escondido repleto de nenúfares y poco amigo de las otras dos que a buen seguro hubieran querido hincarles el diente. De todo ello Ambrosio sacó en claro que nadie sabía del paradero de los retoños, harto de vagar por los alrededores de la charca, habiendo rebuscado por todos sus vericuetos, regresó a casa; encontró a su mujer pelando patatas, encima de la mesa había un montón de hojas verdes muy relucientes y sobre ellas unos granitos amarillentos que formaban una especie de almendrado reluciente.
Los ojos se le salían de sus órbitas,
¿Dónde has encontrado esto, mujer?
-Detrás de la fuente antes de llegar a la charca, le
respondió tranquilamente-
¿Por qué los has traído hasta aquí?
-Pues pensé que te gustarían, le dijo sonriendo-
Boceto para textil 2020 En Aranjuez a 6 de julio de 2020 |
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