El
interior sobrecoge, eleva el espíritu, sonríe al alma reconfortada con una luz
filtrada, repleta de colores y figuras a través de los vitrales, un montón de
metros de estos visten a la catedral; si además suena el órgano te sientes
divinamente.
Tanto
el exterior como el interior del conjunto es armonioso, soberbio y único, pues
fuera nada entorpece su visión, en el interior sientes la estructura racional
del más puro gótico en su periodo clásico, aunque la entrada en arco de triunfo
del siglo XVI al coro bien podría haberse trasladado a los pies del altar o a
otro lugar pues se rompe la perspectiva lineal también llevada a cabo en el
templo que nos ocupa; la situación del coro en la nave central es frecuente en
las catedrales españolas, no en todas.
Ya
en la calle disfrutas del conjunto del edificio en su totalidad gracias a la
plaza de la portada principal a otra situada al sur y a una tercera desde donde
el ábside y todos los arbotantes, botareles y las airosas torres completan la
visión del conjunto, una fiesta para los sentidos y para los sentimientos.
Cuesta
trabajo creer en estos tiempos que una población de unos 5000 habitantes fuera
capaz de erigir tamaño monumento en apenas 50 años, conllevando por la poca
duración la unidad de estilo que representa, habiendo sustituido al edificio
románico existente.
Y es que, si todos remásemos en una misma dirección, con una sola idea común y un entusiasmo fuera de serie, se podrían dejar para la posteridad obras grandes, duraderas; como ejemplo más logrado de la Jerusalén celestial en la tierra: La catedral de León, sin ir más lejos.
Vidriera de la catedral
En Aranjuez a 13 de septiembre de 2020