Enseguida las vio, vestida de flores reventonas de los pies a la cabeza, mirando al mar;
la hija paseaba por la orilla, recogiendo conchas igual que lo había hecho su madre cuando era pequeña.
Él llegó provisto del bañador y la merienda, como si viviesen al otro lado del paseo y lo hubiese hecho ayer, anteayer... siempre.
Las encontró radiantes bajo aquel sol reluciente en aquella playa familiar. La Caleta es un lugar afable, popular, lamida por las olas suaves del Atlántico, de forma redondeada, escoltada a cada lado por los Castillos de San Sebastian y Santa Catalina adonde acuden familias enteras con sus churumbeles, bien pertrechadas de sillas, sombrillas, comida como si fuesen de excursión para darse un chapuzón aunque estén en el barrio vecino al mar.
El sol se tiñe de anaranjados, de tonos rojizos, el cielo inmenso, límpido, el horizonte marino es una lamina de oro, salpicada por lejanas embarcaciones.
Las gaviotas campean a sus anchas entre el público, los niños juegan a la pelota, se oye música, risas, bromas...
Ellos sentados después del sol aspiraban intensamente la tarde tendida como siempre, los pulmones repletos de yodo, olor a mar; cruzaron por el barrio de la Viña, el bullicio alegraba sus calles, las mesas de los restaurantes esperaban vestidas, el olor a pescaito quitaba el sentio mientras paseaban bajo las palmeras.
PLAYA DE LA CALETA Cádiz (ESPAÑA) En Aranjuez a 22 de octubre de 2018 |