Después de dejar el pueblo de Cuacos, tomaron la carretera en cuesta, llena de curvas que se abría paso entre los castaños frondosos del bosque, enseguida avistaron la tapia que rodea el monasterio de Yuste, lugar al que se dirigían. Es un sitio hermoso donde reina la calma, fue elegido por el emperador Carlos V para esperar la muerte, quizá guiado por la obra de su coetáneo Erasmo de Rotterdam ("Preparatione ad mortem"), después de abdicar y entregar el trono a su hijo Felipe.
Carlos, nieto de los Reyes Católicos, hijo de Juana de Castilla y Felipe de Borgoña, abandonó toda la pompa que conllevaba su posición: las lujosas armaduras de los Leoni, el palacio real de Toledo, las obras del de Granada, su amplia colección de pintura y relojes..., muchísimas pertenencias. Este hombre incansable que pasó toda su vida en guerra, eligió este lugar, aquejado por la gota para vivir una efímera paz que duró apenas veintidos meses. Cambió todo por una vida monacal embutida en un entorno boscoso en las faldas de Gredos que miran al sur; desde allí se suceden todos los verdes imaginables hasta donde la vista puede alcanzar, donde el susurro de los arroyos compite con los tímidos surtidores de las bellísimas fuentes diseminadas por el monasterio jerónimo, mientras los pajarillos se columpian de rama en rama sobre los centenarios árboles.
Antes de emprender su último viaje, hizo que le trajeran alguna obra de su apreciado Tiziano, como el retrato de la emperatriz Isabel de Portugal, fallecida en 1.539 y otros más; para él fue la mujer de su vida, lo que no impidió que tuviese otras relaciones, fruto de una de ellas, nació Juan de Austria, que pese a ser educado cerca de su padre, nunca supo el parentesco que le unía a aquel señor que tantos favores le prodigaba.
No es díficil imaginar el ambiente que respiró el emperador, pues a pesar de los avatares de la historia, el monasterio conserva ese aire raro de sobriedad y de hermosura natural que proporciona la situación en la que está enclavado; sobre todo cuando todos los visitantes se marchan después de disparar y disparar fotos y la fuente de la galería se siente más, los gorjeos de las aves también y cuando te aproximas a la barandilla porque así lo exige el rojo rabioso de las salvias, miras al horizonte verde, que te quiero verde, y te dices sin articular palabra: "¡Dios mío, qué bien se está aquí!"
GREGORIO GIGORRO "Cabeza de caballo" Técnica mixta sobre lienzo Firmado y fechado en 2.012 Medidas: 30 x 25 cm Aranjuez, 1 de agosto de 2.012 |
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