Después de atravesar el puente del Arzobispo sobre el río Tajo, gótico para más señas, dejaron atrás el valle; el camino se fue haciendo empinado, rodeado de encinas y alcornoques, subiendo y bajando, el paisaje fue cambiando; al poco tiempo se tornó jugoso y amable, entraban en la comarca de las Villuercas, sembrada de bosques y embalses, la carretera se hacía cada vez más tortuosa, todo se convirtió en un cuento y como un cuento apareció Guadalupe, en la ladera de un monte tapizado de verde, sobresalía el monasterio abrazado por el pueblo.
¡Por fín, habían saldado la deuda! Desde que viajaron a México, donde conocieron el santuario del mismo nombre, comprendieron la grandeza de su país, la importancia de lo hispánico, lo mucho que a través de la historia habíamos aportado al otro lado del charco y cuánto habíamos recibido a cambio.
No había nadie por la calle, sólo el calor campeaba a sus anchas. Se encontraron ante el soberbio edificio que se hallaba a medio camino entre una fortaleza, un palacio que le recordaba de lejos al de Urbino en Italia y una iglesia, fueron bordeando el santuario, constatando que la rudeza de la construcción era suavizada por las torres de remates puntiagudos, de color blanco y azul, por las filigranas de los rosetones y gabletes calados, por las diferentes cúpulas y otros elementos arquitectónicos. La mezcla entre lo gótico, mudéjar, renacentista y barroco debido a las sucesivas aportaciones de distintas épocas daba como resultado un conjunto muy armonioso.
En el interior sorprende la calidad de las colecciones que atesora, fruto de las numerosas donaciones por parte de reyes, nobles y prelados; desde el siglo XIV, este lugar se vistió con los más ricos bordados, libros miniados, esculturas, delicada orfebrería..., los muros se cubrieron de las más exquisitas pinturas decorativas, artistas como Zurbarán o Giordano, contribuyeron con su trabajo a embellecer el santuario. Todo para honrar a la virgen, ante la que se han postrado los mas ilustres personajes a través de los tiempos para rendirle pleitesía. La veneración continua, doy fé.
Detrás de las palmeras, los naranjos y las buganvillas, se recortan sobre el cielo cuando el sol va cayendo, las torres, las cúpulas, las almenas. ¿Cómo olvidar una vista que invita a soñar? Imposible olvidar el susurro de la fuente sobre el solado de colores de raigambre árabe en el claustro mudéjar o la escultura en cerámica de la virgen en el gótico; el perfume de los limoneros en el patio del parador y tantos detalles difíciles de retener en tan sólo una visita
GREGORIO GIGORRO "Trocito de jardín" Tinta china y acrílico sobre madera Firmado y fechado en 2.011 Medidas: 19 x 50 cm Aranjuez, 10 de agosto de 2.012 |
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