Aquella tarde de agosto hacía un calor sofocante que anunciaba una tormenta de verano. Habían ido a aquel pueblo de la Mancha, cercano a su casa, para celebrar el cumpleaños de él y aunque la familia se encontraba "amputada" de un miembro, ellos no se paraban en mientes pues le sobraban motivos para festejar la vida.
Después de la comida, decidieron dar una vuelta por el lugar, donde a esas horas de la siesta, no había un alma por las calles, ¡ni los gatos les habían ido a recibir!; a ellos les daba igual.
Pero mire usted por donde que paseando por una calle jalonada de blancas y sobrias casas frente a una iglesia, se encontraron con un hombre de tez morena; intercambiaron unas miradas-¿Les gusta el pueblo?- a lo que él respondió- Me gustan los despojos de éste- El señor de la tez morena les dijo-¿Quieren ver cosas bonitas?-, se miraron y respondieron que sí, encantados.
Él sacó del bolsillo un manojo de llaves y abrió la puerta de la casa de enfrente, tras cruzar el umbral, el interior estaba atiborrado de antigüedades; no sabían adonde dirigir sus ávidas miradas. ¡Tanta hermosura había en tan poco sitio!; y no satisfecho con lo que les mostraba les llevó hasta otra casa cercana, allí los trastos aumentaron en variedad y cantidad, pero de todo ello, clavaron sus ojos en un niño desnudo bendiciendo desde lo alto de su pedestal; era la viva imagen de lo frágil, de lo puro y de lo virginal. Se interesaron pero se callaron.
Y paso el verano, el otoño y un día lluvioso de enero volvieron a dar una vuelta después de comer, a esas horas decentes cuando el resto está a buen recaudo en sus casas. Andando por una calle flanqueada de casas nobles y sobrias se encontraba Él parado, parecía estar esperándoles, se saludaron y se encaminaron a la segunda casa; jamás habían olvidado aquella escultura en madera de aquel niño; inconscientemente les hacía recordar a su retoño. Cayeron irremediablemente en la tentación y se fueron con el niño debajo del brazo; y es que siempre te arrepientes de lo que no has comprado, era su obsesión poseer la belleza o en su defecto disfrutarla al menos.
¿Quién les iba a decir lo que se guardaba detrás de aquellas modestas paredes?; aunque bien mirado una villa como la de Ocaña, donde se concertó el matrimonio de Isabel la Católica con Fernando de Aragón, donde vivió Juana de Castilla o estudió Lope de Vega, por citar algunos ejemplos señeros; poseedora de una plaza mayor excepcional, una fuente grande cuya construcción se adjudica a Juan de Herrera, además de conservarse palacios como el de Cárdenas, casas nobles y conventos y a pesar de haber desaparecido gracias a la piqueta, un nada desdeñable patrimonio arquitectónico; no es de extrañar con todo que los despojos que han quedado sigan siendo reseñables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario