Dejamos a Tata, satisfecha después de llevar a cabo aquella faena qué ni pintada, sé que estuvo relamiéndose un tiempo, digiriéndolo con calma, después siguió dedicándose a disfrutar con las exposiciones itinerantes que se llevaban a cabo en el museo, así continuaba nutriéndose con las obras maestras llegadas de otras pinacotecas. Cuando se cerraban las puertas al público, ella comenzaba a ver la luz, se pasaba toda la noche deambulando mientras el resto del mundo dormía, o eso creía ella.
Y es que el tiempo no pasa en balde y a fuerza de ver, de comparar unas obras con otras, fue descubriendo los diferentes estilos, creciendo dentro de ella ese aire, ese barniz peculiar que tienen unos seres y no otros.
Aunque era el secreto mejor guardado, de vez en cuando hacia apreciaciones al respecto al resto de la familia, pero en el aspecto que nos toca era muy reservada, no quería compartir ese tesoro con nadie, sin embargo la única que noto algo fue Tita; su hermana algo más pequeña que Tata pero igual de avispada, entre las dos conseguían los mejores bocados que llegaban a la guarida familiar. Su hermana notaba que todas las noches Tata se escapaba cuando el resto de la familia dormía aunque sospechaba algo, nunca se lo quiso preguntar.
Nuestra ratita visitaba de tarde en tarde el taller de restauración pero no encontraba nada que le apeteciera, pues la mayoría de las telas eran enormes y eso era para el animalillo un inmenso problema.
Un día de tantos subió al desván, era un verdadero hospital de cuadros apilados durante años, esperaban de pie la mano experta que les devolviera el esplendor arrebatado por el tiempo, pero de un tiempo a esta parte no había mucho movimiento; el país había entrado en una crisis profunda y el arte no era para la mayoría su preocupación, por lo que el dinero antes destinado a estos menesteres, ahora lo precisaban asuntos más prosaicos.
Una noche lluviosa de primavera, Tata llegó al peculiar hospital y pasito a pasito repasó todo lo almacenado, se lo sabia de memoria pero al doblar una esquina, justo antes de entrar en la sala donde había una pila enorme rodeada de botes de pintura, barnices, marcos desconchados... , un relámpago quiso la casualidad que iluminara por un segundo una carita pensativa de niño; nuestra ratita quedó prendada por el hallazgo, le dio un vuelco su corazoncito, además observó que no estaba sola, los ojos verdes, fosforescentes de un enorme gato se habían clavado en los de ella, ¡patitas, para qué os quiero!, menos mal que un agujero providencial apareció justo enfrente.
Repuesta del susto, regresó sin poder conciliar el sueño, pero volvió pronto a aventurarse para ver aquella telita. Una noche sorprendió al gato lamiendo sin parar la imagen de aquel niño lánguido, con un gorrito en la cabeza y una escopeta, sin duda preparado para cazar; le vino a la memoria otro cuadro, grande colgado en una sala del mismo museo.
Se percató que el felino tenía los mismos gustos y que por descontado, no compartiría con ella el mismo pastel.
El tiempo también fue pasando por ella, se acometieron obras de remodelación y limpieza de aquel lugar, con lo cual todo se puso dificilísimo para ella, teniendo que conformarse con las migajas del restaurante, eran muchos hermanos para alimentar, aunque Tata siempre se repetía, que no sólo de pan viven los ratones, sobre todo cuando se come todos los días.
GREGORIO GIGORRO "La granja" Acrílico sobre papel Firmado y fechado en 2001 Medidas: 40 x 30 cm En Aranjuez a 17 de octubre de 2014 |
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