"Cuántas lágrimas hay que derramar para que un pozo se convierta en amargo habiendo sido dulce su caudal".
Miraba distraídamente el brocal, rodeado de rosas, aspiraba su perfume.
Hacia tiempo que sus ojos se habían secado, recluida en el convento había encontrado la paz, la plenitud que tanto había buscado la descubrió en aquella isla rodeada de altos muros.
Cerca de allí seguía la oquedad donde se marchitaron sus anhelos, truncados de un tajo cuando su padre, mandó segar la vida de su amado, un joven cristiano, precisamente por serlo y no ser judío como ella.
Desde aquel día, fue presa de la desesperación, se rompieron sus sueños, el camino que hubiera deseado andar juntos.
Le resonaba en su cabeza, la esperanza nunca se puede perder pase lo que pase, siempre le decía su enamorado.
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