viernes, 16 de noviembre de 2012

A la vera del Divino Morales



El viajero se sentó rodeado de hermosura, colgado de las paredes se encontraba el esplendor del renacimiento español pintado: obras de Correa de Vivar, Juan de Juanes y Luis de Morales llamado el Divino con toda justicia debido a sus obras de asunto religioso.

Muy poco le importaban las influencias flamencas e italianas que le hablaban de la impronta de Sebastiano del Piombo, Cesare da Sesto o Fra Bartolomeo..., de su formación sevillana; no hay que olvidar que Sevilla era una ciudad rica en el sentido más amplio, a ella llegaban tanto el oro de América como poderosos banqueros y comerciantes así como un nutrido grupo de variopintos artistas para trabajar en dicha urbe. Como tampoco se debe olvidar la difusión de los grabados y dibujos de Alberto Durero, ni la obra de Pedro Berruguete, impregnada de la corte de Urbino y la llegada de artistas como Paolo de San Claudio a Valencia, traído de la mano de Rodrigo Borja, después convertido en papa con el nombre de Alejandro VI.

Todo eso, quedaba lejos para él, aislado en una isla de la belleza, sabiéndose solitario, rodeado del ajetreo propio de la ciudad, transtornada por una jornada de huelga general. Sin embargo, viendo detenidamente la obra de Luis de Morales, le venía el recuerdo de aquel día en que una amiga, le mostró en su casa una anunciación del autor; quedó fascinado por la sencillez, la dulzura y el equilibrio a un palmo de sus ojos. Aquella imagen le obsesionó y aunque con posterioridad había disfrutado de un montón de maternidades, siempre volvía a aquel cuadro, "La virgen con el niño", era un derroche de ternura, de paz y de equilibrio; ahora solo y solamente con los ojos del alma se deleitaba ante aquella obra maestra que el paso de los años no había logrado pasar por alto, al contrario le seguía atrayendo como un imán sobre el resto, y hacer esto en el Museo del Prado le parecía una absoluta incosciencia; sobre todo sabiendo que estaba detenido frente a una obra de un pintor que nunca fue considerado de primera fila según los eruditos, pues le adjudicaron el calificativo de "manierista".

El sentía que los datos era conveniente saberlos pero a la postre no importan demasiado, cuando lo fundamental es el placer de gozar de algo sencillamente hermoso.

No es de extrañar que un monarca como Felipe II heredero del Concilio de Trento entre otros muchos legados quisiera conocer a este artista cuyo trabajo le venía como anillo al dedo para despertar la devoción que preconizaba la contrareforma, comenzada por su padre el emperador.

GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
Boceto para plato
Acrílico sobre papel de embalar
Firmado y fechado en 2.012



Aranjuez,  17 de noviembre de 2.012

domingo, 28 de octubre de 2012

La rata Tata en el museo


A punto estuvo de reventar Tata, después de darse aquella gran comilona, por fin se había zampado aquel cuadrito; se trataba nada menos que de un retrato de una princesa, de esos que encargaban cuando se iniciaban los tratos de matrimonio entre príncipes de otras épocas.

Nuestro animalillo peludo se quedó prendado de aquella belleza risueña, desde que la descubrió en el desván del museo, donde tantos otros cuadros esperaban para ser limpiados. Ella se quedó bizca, ¡qué retrato tan lindo! "Se decía", ¡qué cuello tan esbelto!, ¡qué primor! Su mirada parecía perseguirla, "Me la comería enterita"; ¡oye, dicho y hecho! Era un decir, porque como es lógico, se tomó su tiempo. 

Poco después de nacer nuestra ratita, toda su familia se había mudado al museo, para tener otro "aire", decía el padre, aconsejado por la otra parte de dicha familia que vivía muy cerca en otro edificio de mucho postín. En el Museo se podrían empapar tanto de cultura como de comida ya que contaba con una amplia cafetería frecuentada diariamente por una caterva de turistas. Lo cierto es que Tata se encontraba en su salsa, desde muy pronto mostró una gran atracción por la actividad artística y enseguida averiguó todos los vericuetos de aquel templo de la belleza.

Nunca pensó que esa atracción se convertiría en su auténtica obsesión, sobre todo cuando descubrió en el taller de restauración el retrato que quiso hacer suyo, sólo suyo; después de ver todas las obras colgadas de los muros desde su mirada a ras del suelo, toda vez que el museo quedaba desierto, no había duda, la elegida era la mejor, parecía olvidada, sola y desvalida; nadie la echaría en falta.

Noche tras noche, la empezó a echar el diente, roe que te roe, y poco a poco veía como aquella princesita paulatinamente iba desapareciendo, primero por el fondo, después por los trozos del vestido, los rizos, continuando por los párpados, la mirada chispeante... 

Todo aquel ser representado viviría dentro de un animal peludo tras el largo invierno. Así el marco construido por dos columnas clásicas a ambos lados, coronado por un frontón, todo ello dorado al agua,  quedó como único testigo de lo que un día enmarcó: ese instante pintado que parecía eterno. Quizá algún día alguien se devanaría los sesos pensando que pudo albergar aquello.

No sé, no sé... La vida frecuentemente nos sobrepasa; Las andanzas de aquella ratita incansable a lo mejor, sólo acababan de comenzar.



GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"Veo, veo"
Tinta china y acrílico sobre cartón
Firmado y fechado en 2.012
Medidas: 35 x 25 cm

Aranjuez,  28 de octubre de 2.012




sábado, 13 de octubre de 2012

El sueño de la princesita



Desde su más tierna infancia,  Eva creció entre algodones y sedas, teniendo a todo el mundo a sus pies, prodigándole su más ferviente devoción, pues era la princesa, llamada a regir el destino de su pueblo, del cual estaba totalmente apartada; su vida trascurría en un ir y venir a los palacios de sus padres, a cual más hermoso; aunque de todos ellos la niña prefería con diferencia uno situado al borde de un río caudaloso, cuyas orillas estaban pobladas por recios árboles y bellísimos jardines repletos de paseos, con un sinfín de flores y fuentes monumentales. La llevaban a montar a caballo bajo la sombra de los plátanos, a navegar en falúa escuchando los solos del mejor cantante de opera del momento; todo para suavizar la férrea educación a la que estaba sometida la princesa, pues algún día se convertiría en reina. Sus viejos padres con frecuencia le decían: "Tú, tendrás que lidiar con una herencia portentosa".

La niña, de todo esto no comprendía nada, sin hermanos con los que jugar, se entretenía con las muñecas o con hacer volar a las cometas o hacer navegar a los barquitos en los estanques; pero nunca dejaba de soñar con volar a otros lugares, pues intuía la existencia de otros mundos, más allá de los confines de una vida demasiado encorsetada en palacio. Cada vez que abría el balcón de su habitación, sobre todo en primavera, le alegraba el gorjeo de los pájaros y se decía: "Vuelan, no paran de hacerlo y parecen contentos". Cuando paseaba con su dama, de entre las flores salían a su paso multitud de mariposas de colores, le llamaban la atención las de color naranja especialmente. Cada noche, le perseguía hasta conciliar el sueño, el vuelo de aquellos insectos y una vez dormida empezaba a correr, correr sola detrás de las mariposas hasta volver a la realidad a la mañana siguiente.

Así fue trancurriendo el tiempo que no mermó ni un ápice su obsesión por el mismo sueño, aquel que con insistencia se repetía, independientemente del lugar donde se encontrará. De poco servían las visitas de otros príncipes, de las fiestas, de los fastos, de toda la pompa que conllevaba su posición; su alteza sólo tenía una idea: "Volar sin parar".

Una buena mañana, habiendo preparado todo, salió de puntillas, sabiendo el lugar por donde pasaría inadvertida y de golpe y porrazo se dijó: "Pies para que os quiero", y corrió, corrió ... no sé cuanto, pero sí hasta que el cansancio la derrotó; extenuada se desplomó sobre la hierba a los pies de un gran plátano de sombra y se durmió como una piedra.

Llamaron  a  la puerta, al despertar la mostraron un vestido anaranjado, cubierto por montones de mariposas que recorrían volando toda la primososa prenda; se lo habían confeccionado para la cena de aquella noche, pues era su cumpleaños. Eva acababa de estrenar doce años, y sonrió.

GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"la niña  y la cometa"
Tinta china y acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 2.011
Medidas: 35 x 50 cm



Aranjuez, 13 de octubre de 2.012

sábado, 6 de octubre de 2012

La faena



Redondo como el sol radiante, como la pelota que rueda, como las ruedas de los coches con los que juegas; redondos son los ojos con los que miras al cielo que también es redondo como la Tierra que habitas. Redonda, como la mesa redonda dispuesta para la fiesta, que si sale bien, será también redonda, como los buenos negocios y las estupendas faenas libradas en la plaza redonda.

Redondo como un tondo, un reloj, un ojo de buey, un arco de un puente... Todo lo que es redondo me gusta porque me envuelve, me atrae.

Dios, debe ser redondo porque cabe todo, no tiene esquinas; ¡Qué rico estaba el arroz cocinado en la paellera! ¡Y qué hermosa estaba la luna llena aquella noche sobre el firmamento! Y qué decir de la tarta redonda que está esperándote para festejar el mejor día de tu vida, el que tienes para disfrutar, pues no hay otro hoy por hoy. ¡Felicidades!


GREGORIO GIGORRO
"la faena"
Óleo sobre lienzo
Firmado y fechado en 2.010
Medidas: 60 x 60 cm


Aranjuez, 5 dc octubre de 2.012

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Septiembre



Sobre los cipreses jóvenes y los pinos centenarios, como sombrillas gigantes, se extendía la llanura de tonos rosáceos, entre los azules suaves, formando surcos interminables, parecía una inmensa tierra de cereales en el firmamento. Se va acercando la mañana, el sol se va demorando para lucir en lo alto, los días se van acortando; las gentes, pasado el tedio del largo verano, parecen cansadas. Las calles se llenan de niños gritones y alegres que vuelven al colegio; en el campo comienza la vendimia. ¡Qué delicia, ver los racimos de uvas blancas y negras entre los pámpanos de las cepas a lo largo de los surcos! Podrían decorar las estancias celestiales al igual que las zarzamoras y la madreselva con ese perfume, impregnando todo lo que rodea en las noches de verano.

Los pueblos huelen a uva recién pisada, los huertos dan la mejor cosecha, aquella que sabe a gloria. Las mariposas se van marchando, las rosas y otras flores se han ido marchitando; la parra, aún frondosa va dejando caer las hojas secas que tapizarán el suelo, la hamaca a la que mi hijo habría pedido en matrimonio, pues le encantaba reposar sobre ella, espera que alguien se siente a que lleguen los atardeceres, ahora más tempranos, quizá más luminosos. Los barrenderos no sufren de melancolía precisamente ya que los paseos y avenidas van cubriéndose de un manto ocre. El olor a hierba recién cortada me trae a la primavera, el de la uva en los lagares al otoño.

Todo comienza a mudar su envoltura verde, para trocarla por los ocres, anaranjados, rojizos... Otra vez todo vuelve a empezar.

Gregorio Gigorro
GREGORIO GIGORRO
"Bajo la parra rojiza"
Tinta china y acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 2.012
Medidas: 29,5 x 40,5 cm



Aranjuez, 21 de septiembre de 2.012



martes, 18 de septiembre de 2012

Una plaza "redonda"



¡Qué suerte!, estar colocada en su trono, tirado por dos leones, viendo la vida pasar, sin decir ni "mu...". La situaron en el centro de la plaza como si se tratara de una tarta, coronada por ella y rodeada de dos velas que son los surtidores de agua que la flanquean. ¡Qué maravilla!, poder disfrutar desde allí de todas las puestas de sol sobre los edificios y qué bien librarse de ver la torre de Valencia, ese copete tan desafortunado sobre la puerta de Alcalá. Como nunca ha tenido marido le añadieron en el siglo XIX  en la parte trasera, dos angelotes que no cesan de jugar con el agua.

"Cibeles", la diosa frígia que representa la fertilidad, la tierra..., junto con Neptuno, dios del mar, al que nunca se ha dignado a mirar, componen con Apolo, dios de la belleza y la música, la tríada del paseo mandado proyectar por Carlos III en el siglo XVIII. La plaza es una tarjeta postal de Madrid, capital de las Españas, a sus pies bulle un ir y venir frenético de coches y personas. ¡Cuántas ilusiones, cuántos sinsabores pasaran cada día por este lugar! Tantos proyectos frustrados y deseos conseguidos en una ciudad donde había sitio para todo el mundo sin importar de donde viniera; es un lugar de celebraciones, de encuentros, de manifestaciones, rodeada por edificios señeros del paisaje urbano, como el Ayuntamiento, la sede del Instituto Cervantes, el Banco de España y la Casa de América, por cierto uno siente una emoción especial cuando estando en Ciudad de México comprueba que existe una réplica de la fuente, muy lejos de aquí. ¡Por algo será...!

Siempre está adornada con los mejores parterres de flores para realzar su belleza, para conseguir que la novia de todos aunque sola y sin marido esté contenta, como decía la canción: "A la sombra de un león". Si no es un remedio, siempre es un consuelo que hay que agradecer.


Gregorio Gigorro
GREGORIO GIGORRO
"Una plaza redonda"
Óleo sobre lienzo
Firmado y fechado en 2.012
Medidas: 46 x 55 cm

Aranjuez, 15 de septiembre de 2.012

sábado, 15 de septiembre de 2012

Una noche mágica




Dándole en la cara, el pálido sol de la mañana, recordaba aquella noche calurosa y lejana del mes de julio, cuando se decidió a tomar un autobús hasta Córdoba. El calor ascendía desde el asfalto de la calzada, las aceras estaban pringosas y él chorreaba de sudor hasta que dió con el andén desde donde partiría.

Seguro que enseguida, se quedó dormido, como cuando era pequeño y le mecían en su cuna. Debían de ser alrededor de las cinco de la madrugada, cuando llegó a su destino; dejando la avenida donde paró su autobús, se internó en la maraña de callejuelas tortuosas. Solamente la noche estrellada le acompañaba y él solo se sentía bien.

La ciudad desierta desplegaba todo su perfume en los recoletos jardines, donde sobresalían las altaneras palmeras; se acordaba de aquel árabe venido de Oriente, en el siglo VIII d.C. "Abderraman I", sobreviviente a la matanza de su familia, desde Siria trajo hasta aquí aquel árbol exótico; por el contrario las columnas esbeltas de orden corintio del templo en la calle de Claudio Marcelo al igual que los capiteles, frisos y otros despojos carcomidos por el tiempo, esparcidos sobre la plaza del Museo Arqueológico; le hablaban de su pasado romano.

Recorrió la calle de San Fernando, adornada con naranjos hasta desembocar en la plaza de la Corredera, austera y barroca, en cuyo subsuelo resuenan todavía los ecos de los combates entre gladiadores, pues allí estuvo el Circo Romano y mucho después, desde sus balcones se presenciaron todo tipo de celebraciones desde corridas de toros, autos de fé, mercados y hasta concursos de toda índole.

Bajo la luz de las farolas,  el contorno de las cosas se desdibujaba, los recovecos eran más oscuros, más sugerentes; sin nadie por las calles y en penumbra, los colores desaparecían para dejar paso al oído, al tacto, al olfato, para sentir las fragancias de Oriente en un lugar que hace diez siglos fue el ombligo del mundo.

Deambuló por toda la ciudad, se acercó al rio grande al que se asoma desde la torre de la Mezquita-Catedral, las cúpulas barrocas, las espadañas, mientras él discurría ancho y manso bajo los ojos del puente romano entre ruinas de molinos árabes. Cansado de tanta historia, buscó acomodo sobre un banco de piedra a la vera de una fuente que canturreaba levemente, rodeada de naranjos, macizos de flores y majestuosos magnolios; enseguida cayó rendido por el sueño.

El ruido de los pájaros sobre los árboles de la placita donde se encontraba, seguido del tañir de algún cercano campanario, le decía que la mañana, muy luminosa por cierto,  había llegado; con ella, las ganas de descubrir a plena luz todo lo que había vislumbrado durante la noche.


Gregorio Gigorro
Gregorio Gigorro
"En el Jardín de la Isla"
Óleo sobre lienzo
Firmado y fechado en 2.012
Medidas: 33 X 41 cm



Aranjuez, 11 de septiembre de 2.012