La tarde del treinta de agosto fue aciaga, un monstruo enorme e invisible de innumerables brazos, recorrió el valle donde se asienta Aranjuez, azotando todo lo que encontraba a su paso.
La inmensa arboleda que se desparrama a lo largo y ancho, quedó maltrecha; plátanos, cedros, tilos y demás especies, en algunos casos bicentenarios, robustos y frondosos, se cimbrearon o se doblaron hasta el suelo; unos se desplomaron, otros fueron perdiendo su ramaje a jirones o a cuajo, con la tierra pegada a sus raíces.
El viento rugió de rabia destrozando coches, casas, el tendido eléctrico, además de sembrar el pánico entre la población, no contento con todo ello, los truenos y los relámpagos acompañaban a los negruzcos nubarrones que descargaron agua de tormenta, dejando un panorama de árboles que yacían por doquier, es decir desolador.
Deja de llorar princesa, pues no veras con tus lágrimas como los trabajos de limpieza prosperan con buena marcha aunque se tardará en recuperar tanto desastre.
Desde los tiempos de Cervantes mencionar Aranjuez era sinónimo de belleza, sin importar el lugar del mundo donde te encontrases. El legado de Austrias y Borbones, regado por el padre Tajo, ahora escaso de caudal debido al trasvase al levante, región también sedienta pervivirá siempre a pesar de todo.
La naturaleza es sabia y fuerte, pero no tiene repuesto, quizá aquel monstruo no quiso segar ninguna vida humana para que nadie olvidase lo ocurrido y a partir de ahora valoremos más lo que tenemos; desgraciadamente echamos en falta aquello que se va, sin retorno, en vez de disfrutarlo y cuidarlo a diario.
Por tanto merece la pena entregar este magnífico escenario a nuestros sucesores, pero mejorado, precisamente cuando acaba de ser nombrado por la Unesco lugar de valor universal excepcional; ¡ahí es nada!
GREGORIO GIGORRO "En el jardín del príncipe" Óleo sobre lienzo Firmado y fechado 2012 Medidas: 73 x 100 cm En Aranjuez a 5 de septiembre de 2015 |
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