Mostrando entradas con la etiqueta Dios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Dios. Mostrar todas las entradas

domingo, 15 de julio de 2018

EL CHAPOTEO


Erase una noche de verano, calurosa por demás,
la luna llena iluminaba el firmamento, la calma reinaba a sus anchas;
sin venir a cuento un golpazo en el agua hizo despertar a la familia de patos,
que buscando el frescor de la hierba campaban dormidos a la vera de la serena balsa.

Ella, ajena a los aspavientos de los zancudos, andaba de un lado al otro,
se reía, se paraba, se daba la vuelta, haciendo un montón de posturitas,
Pepi, se despojó de todos su aderezos poco a poco, tanteando el lugar,
por si acaso algún vecino la viese,
pero se dijo: ¡Hace mucho calor, qué leñe!
y a lucir sin tapujos sus carnes morenas,
sus curvas y delanteras voluptuosas, como Dios la trajo al mundo.

Quizá lo hizo para remediar la fiesta tan aburrida de la que venía,
o a lo mejor para despabilarse después de la cogorza,
o para calmar el mal de amores,
o simplemente para quedarse más fresquita y hacer algo, como dicen ahora incorrecto,
o sea zambullirse en un lugar público, pero a esas horas, ¿quién me va a ver? 
-Ay Pepi, disfruta que eso es lo que te llevas-

Terminada la faena se fue a dormir a casa y los patos repuestos del mal trago,
volvieron a hacer lo propio en  aquella noche sofocante de verano.


GREGORIO GIGORRO
"PEPI AND THE FISH"
Acrílico sobre cartón
Firmado y fechado en 2013



En Aranjuez a 15 de julio de 2018




















domingo, 23 de julio de 2017

Una pareja muy particular (Tercera parte)


Le gustó recibir la invitación de boda de su amiga Helena, que tuvo lugar en un pueblecito de Palencia quince días después, no podía faltar, era como una hermana, llegó muy temprano  pues había pasado la noche en la capital, madrugó mucho y muy de mañana llegó a las Clarisas de Astudillo, incluso pudo antes visitar el museo aledaño, cuidado por las monjas. Marta observaba a su guía, sentía la voz pausada, el silencio, la paz que emanaba de aquella mujer, hablaron largo y tendido, pues era la única visitante a esas horas, tanto que si no hubiera sido  por el ruido de coches y de los invitados se hubiera perdido la celebración.

Al  terminar la ceremonia se despidió  de la  religiosa, prometiendo volver a visitar el convento.

A la primera sucedieron muchas visitas, llegando en algunas ocasiones a quedarse a dormir en la pequeña hospedería, pero siempre al  regresar a su vida habitual se sentía más relajada, mucho más despreocupada de sus obligaciones.

Un día respondió a la llamada de Gonzalo, cenaron juntos, hicieron el amor, durmieron en la misma cama;  al despertarse, se preguntó ante el espejo: -¿Qué hago yo aquí?,  él seguía dormido, de puntillas salió de la habitación, se sentó en el coche y antes de marcharse, echó en falta un pañuelo de cuello, regalo de él, pero no volvió, se fue sin más.

Le  resonaba en su cabeza: “Solo hay ruido por doquier, si Dios te habla, no le puedes oír debido al alboroto reinante”, justamente era lo que le había dicho la hermana  cuando se conocieron, lo tenía grabado, fuera donde fuera, hiciera lo que hiciera, se repetía el mismo son,  una y otra vez.
Ella, siendo el ojito derecho de su padre, siempre se había esforzado por no defraudarle;  ahora empezaba a sentir una transformación, pues toda esa exigencia le pesaba, estaba cansada de parecer y ser menos, de darse cuenta que vivía un tiempo sin sustancia, sin valores, hueco.

“Hay que ayudar a los necesitados, rezar por los poderosos para que cambien”, ese era otro mensaje de los muchos  transmitidos  por  aquella persona que conoció en el convento.
Sonó el teléfono: -Dígame-
-Marta, te he despertado- No, qué va-
-Soy  Gonzalo, ven pronto, papá está muy enfermo, date prisa por favor, recalcó su hermano.

Su padre había sufrido un ictus que unido a su pobre corazón, hizo el resto. Después de la consternación por su repentina muerte,  los acontecimientos se precipitaron como la cascada de un torrente desbordante; pronto comenzaron las reestructuraciones de la empresa y las disputas entre ellos, hostigadas en buena parte por sus cuñadas.

Le resbalaba absolutamente todo, ya no tenía que contentar a nadie, de repente dejó de trabajar, un buen día llegó hasta el  convento, se presentó ante la madre superiora sin previo aviso y se quedó para siempre a vivir religiosamente.

La familia se sorprendió y se alegró a la vez, les dejaba el camino libre para sus tejemanejes, Gonzalo dejó de llamar, pero supo que sus andanzas habían mermado mucho,  hasta quedarse con una chica de moral muy distraída que había conocido en cierto momento embarazoso para él.

Llamaron a la puerta de la celda, -¿Quién es?-
-Tiene visita, hermana, era  Helena con su marido y su hijito.
-¡Qué bien te encuentro!, exclamó  después de abrazarla efusivamente.
-Quien a Dios tiene nada le falta,  por cierto, dijo sonriendo -¿Cómo se llama este niño tan guapo?, su nombre es Gonzalo, le respondió su amiga.

En Madrid a 23 de julio de 2017