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domingo, 15 de julio de 2018

EL CHAPOTEO


Erase una noche de verano, calurosa por demás,
la luna llena iluminaba el firmamento, la calma reinaba a sus anchas;
sin venir a cuento un golpazo en el agua hizo despertar a la familia de patos,
que buscando el frescor de la hierba campaban dormidos a la vera de la serena balsa.

Ella, ajena a los aspavientos de los zancudos, andaba de un lado al otro,
se reía, se paraba, se daba la vuelta, haciendo un montón de posturitas,
Pepi, se despojó de todos su aderezos poco a poco, tanteando el lugar,
por si acaso algún vecino la viese,
pero se dijo: ¡Hace mucho calor, qué leñe!
y a lucir sin tapujos sus carnes morenas,
sus curvas y delanteras voluptuosas, como Dios la trajo al mundo.

Quizá lo hizo para remediar la fiesta tan aburrida de la que venía,
o a lo mejor para despabilarse después de la cogorza,
o para calmar el mal de amores,
o simplemente para quedarse más fresquita y hacer algo, como dicen ahora incorrecto,
o sea zambullirse en un lugar público, pero a esas horas, ¿quién me va a ver? 
-Ay Pepi, disfruta que eso es lo que te llevas-

Terminada la faena se fue a dormir a casa y los patos repuestos del mal trago,
volvieron a hacer lo propio en  aquella noche sofocante de verano.


GREGORIO GIGORRO
"PEPI AND THE FISH"
Acrílico sobre cartón
Firmado y fechado en 2013



En Aranjuez a 15 de julio de 2018




















sábado, 29 de julio de 2017

LA CENA


“Por mucho que llores, siempre será más grande el mar”.

Antonia  no paraba de mover la sopa humeante sin perder de vista las otras cazuelas que copaban todos los fuegos controlando el buen camino de sus guisos, la cocina en sí era una olla exprés, el vapor invadía todos los rincones, solo la ventana entreabierta dejaba entrar un poco de aire fresco; se diría que se encontraba en el trópico, donde el calor sofocante inunda todo, empapándolo de una humedad pegajosa.
De allí vino ella, hace ya treinta años largos hasta un lugar remoto, separado por un océano, con sus dos hijas para comenzar una nueva vida; con la ayuda de otros compatriotas que vivían aquí, pronto consiguió trabajo, instalándose en un pueblo agradable y tranquilo donde las niñas crecieron y crecieron, más tarde se casaron, después la hicieron abuela, pero nunca quiso regresar a ese mundo, donde las orquídeas rodean las carreteras, los mangos se caen de los árboles y siempre es primavera.
Al remover el caldo del perolo más grande, lo probó, de la cuchara de madera subió hasta su nariz un intenso sabor a cilantro mezclado con limón, cubriendo todo su ser de sombras, de recuerdos siniestros.

Ella, que se había jurado no dejar un solo resquicio a la nostalgia, se hundió como los garbanzos de un cocido, ni más, ni menos.
SEGUIRA...

GREGORIO GIGORRO
En el Museo del Prado

Aranjuez a 29 de julio de 2017