Detrás quedaba el luminoso claustro, a un costado de éste se encontraba la capilla de Santa Catalina, de soberbia factura gótica, bajo la rotunda bóveda de crucería se exponían un rosario de piezas religiosas de buena orfebrería; su mirada fue tranquilamente recorriendo la sala, hasta que se acercó a un sepulcro pequeño, situado en el centro de la misma, era un niño ataviado como un caballero, con su trajecito, sosteniendo la espada con ambas manos, aislado del resto del mundo por una recia reja que daba fe del nombre y estirpe del yacente durmiendo el sueño eterno.
Pobre Infante don Pedro, pensaba él, viendo la sepultura de frío mármol aunque policromado; no dejaba de inspirarle una sincera ternura, una inmensa soledad. El personaje en cuestión, fue hijo natural del rey Enrique II de Trastámara, reconocido por éste como su retoño al igual que sus demás vástagos. Murió accidentalmente a muy temprana edad, dejando repentinamente una vida llena de privilegios por un fatal destino.
Un día soleado en la sala de los reyes del Alcázar de Segovia junto a otras personas de la corte, su aya lo sostenía en los brazos; quizá al asomarse ésta desde uno de los balcones, para disfrutar de algún desfile militar probablemente, ella se distrajera, mirando el espectáculo; absorta ante la gallardía de algún soldado conocido por la sirvienta, el caso es que de golpe y porrazo el niño se le fue de los brazos cayendo al enorme precipicio sobre el que se asienta el edificio, muriendo inevitablemente, fue una tremenda sacudida para todos los presentes.
El aya que tanto mimo había prodigado al niño, que no había escatimado ni tiempo ni cariño para ello, vió que su vida se iba al traste, ¿qué se le pasaría en un segundo por su cabeza?, sin duda el castigo sería ejemplar; no le quedó otra salida que la del infante.
Se marchó, pero sus lamentos a buen seguro que llenaron todos los rincones del Alcázar en busca de consuelo; de igual manera que rebosaron de júbilo cuando se celebraron fiestas o tuvieron lugar intrigas cortesanas o pavorosos incendios.
Las piedras siguen en pie, las puedes tocar, pero el alma que albergan estos lugares tan añejos, tan vividos solo se pueden llegar a acariciar con la imaginación.
A veces la vida sin avisar, te estrecha el camino, hasta el punto de nuestra nodriza: huyó para no volver, igual que los personajes de la película Thelma y Louise, en la cual la historia se enreda de tal manera que lo único que les queda a las protagonistas es lanzarse al precipicio.
Después de todo, la vida es esa obra que interpreta cada cual y que hagas lo que hagas siempre termina mal, por lo que no merece la pena, tomársela en serio.
GREGORIO GIGORRO "Boceto para un sueño" Óleo sobre lienzo Firmado y fechado en 2013 Medidas: 54 x 81 cm En Aranjuez a 6 de noviembre de 2013 |