miércoles, 4 de julio de 2012

Un viaje hasta el mar



¡Quiero ver el mar!,  pues vamos, le respondió. Una semana antes de acudir a la ineludible cita con el médico, emprendieron el viaje; cruzaron campos y campos hasta llegar a una ciudad completamente amurallada, recoleta e íntima, como una noche de amor. Desayunaron en una plaza hermosa, sentados al sol; disfrutaron paseando sin prisa, saboreando alguna iglesia románica, alguna portada renacentista y algún que otro pastel típico del lugar.

Prosiguieron el viaje hasta la siguiente ciudad, antes de llegar, a lo lejos, en el horizonte, se divisaba el color arena de la parte vieja, con sus dos catedrales descollando sobre todo el conjunto, coronando la colina, mirándose en el río. 

Y otro descanso,  ya que no tenían prisa por llegar al mar; ante ellos orgullosa y magnífica se erguía la Clerecía, San Esteban, el colegio de Anaya, la iglesia de la Purísima "soberbio ejemplo del mejor barroco de Salamanca", adonde  llegaron pasado el medio día, se pasearon por su historia labrada primorosamente durante siglos, descansaron de tanto ajetreo, tomando un café en la Plaza Mayor; ella quedó maravillada ante el fabuloso espectáculo. Después siguieron rumbo hacia Portugal, Isabel estaba entusiasmada por el hecho de ir a otro país, se preguntaba: ¿Cómo será?, ¿cómo hablarán...? La noche cayó sobre el mundo, éste se volvió brumoso y oscuro, el paisaje estaba salpicado de lucecitas de vez en cuando y la autopista era un camino negro y solitario; ya habían cruzado la frontera. Decidieron quedarse en una pequeña ciudad que ocupaba la parte alta de un monte, donde soplaba el viento, no había mucha gente en la calle, quizá porque la noche era fría. Disfrutaron de una rica cena en un restaurante que olía a "familia" y más tarde durmieron en un hotel lleno de plantas pegado a la muralla. Al despertar descubrieron la catedral robusta y de piedra grisácea, enmarcada por la ventana de su habitación. Luego se dieron una vuelta por la ciudad y compraron algo para recordarla. El paisaje se volvió verde, los pinos se agolpaban a ambos lados de la carretera, el aire era limpio, los tejados rojos de las casas ponían el contrapunto a tanto verdor.

Llegaron a Porto al final de la tarde, se pararon en la playa de Matosinhos, para mojarse los pies; el sol, cansado de un largo día de junio, se preparaba para acostarse mientras Isabel sola correteaba por la orilla y las gaviotas parecían no quedarse a la zaga. ¡Era un espectáculo! 

Porto, es una ciudad cargada de edificios forrados de azulejos azules, de torres barrocas, ¡Qué hermosa es la estación de San Bento!, de cafés decadentes y tranvías amarillos que cruzan el río Duero, ya casado con el mar, a través de puentes majestuosos que desafían a la gravedad... Fue una visita muy agradable.

Regresaron a cumplir con su cita, ya en el hospital, al suministrarle la dosis pertinente, la enfermera le dijó: "Piense en algo bonito". Ella se acordó del mar, del inmenso mar que da calma, del mar como un camino sin bordes, repleto de sus sueños. Poco más tarde, cayó rendida.



GREGORIO GIGORRO
"La playa"
Acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 2.012
Medidas: 30 x 50 cm



Aranjuez, 4 de julio de 2.012







sábado, 23 de junio de 2012

Sobre Granada



Y llegaron en un pis pas, una fría mañana del mes de Diciembre hasta Gran Vía esquina con Reyes Católicos, se apearon del taxi y comenzaron a pasear sin prisa hacia la Plaza Nueva;  la acera recién regada brillaba, Isabel, la más pequeña de los cuatro, iba sentada en su carrito y su hermano de vez en cuando se agarraba a él, queriendo conducirlo. Pronto encontraron un lugar agradable, donde tomar un café que les reconfortara, festejando así su vuelta a Granada. Frente a ellos, se encontraba imponente, la Real Chancillería, ejemplo manierista del XVI, la iglesia de Santa Ana y en lo alto la torre de la Vela, vigilante como la proa de un barco imposible, coronaba el bosque, asomándose por encima de las casas.

La plaza a esas horas comenzaba a desperezarse, poblándose de sillas y mesas sentadas esperando a los clientes. Recorrieron la Carrera del Darro, sorteando los pocos vehículos que pasaban; siguiendo la ribera del río por donde paseaban un montón de gatos, iban disfrutando del rosario de monumentos, hasta que llegaron al  Paseo de los Tristes. "Otra parada", esta vez en la fuente que adornaba dicho paseo. La impresión era majestuosa y mágica a la vez, como sacada de un cuento, desde lo alto descollaban las torres y murallas de la Alhambra. Subieron la Cuesta del Chápiz, internándose en el Albayzín, debido al desigual terreno, él llevaba en vilo el cochecito, otras veces recorría el pavimento empedrado haciendo que se meciera la niña sin querer, siempre saboreando los jardines íntimos, las iglesias, conventos y placitas que salpicaban este barrio tan sugestivo para ellos. Y llegaron, al Mirador de San Nicolás, se sentaron como tantas veces lo habían hecho los tres, ahora cuatro, dando la espalda a la Alhambra, rojiza y misteriosa, bajo el inmenso manto blanco de la sierra. Se hicieron la foto de rigor, y continuaron paseando en aquella mañana fría y luminosa de finales de Diciembre.

Al caer la tarde, se encontraban en la terraza del Alhambra Palace, un verdadero decorado cuajado de arabescos de principios del XX, que recordaba muchísimo a su nombre, desde la que se gozaba de una vista hermosa del Realejo, al poco cayó la noche cargada de humedad; después de beber un refresco en el interior, bajaron a tomar un autobús que les llevaría hasta el cercano mar. Al llegar a Almuñécar se dirigieron al hotel donde cenaron en un comedor grande y solitario, pues los únicos comensales eran ellos y disfrutaron de un verdadero festín, rodeados de mesas y sillas vacías.

El lugar estaba situado en la playa de San Cristóbal, era confortable, repleto de plantas que se derramaban desde lo alto, como si se tratara de una gigantesta cascada verde; debido a esas fechas, se encontraba decorado de flores de pascua, de renos iluminados y demás adornos que creaban un ambiente muy cálido.

Al día siguiente, andaron descalzos sobre la playa totalmente desierta, bajo el fuerte viento y la luz plomiza, lo cual no impidió que se metieran en el agua y jugaran hasta cansarse.

Entre paseos, una rica paella al sol, una visita al castillo, el día se fue abriendo, haciéndose más amable y regresaron a Madrid como habían llegado, "en un pis pas", celebrando la última noche del año con una copa de cava a bordo del avión de regreso. Era el treinta y uno de Diciembre de 2.001. Isabel tenía once meses y Andrés tres años, la verdad es que me parece que fue ayer.




GREGORIO GIGORRO
"Los jardines del Partal"
Acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 2.001
Medidas: 70 x 50 cm





Aranjuez, 23 de Junio de  2.012
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jueves, 14 de junio de 2012

La fiesta grande de Toledo



El espectáculo era tan hermoso ante mis ojos de niño, que hacía más soportable el calor de aquella mañana de julio; la primavera se había instalado entre nosotros mostrando todo su esplendor. El gentío apretujado se agolpaba a ambos lados de la calle, mientras el cortejo avanzaba solemnemente sobre la alfombra confeccionada con romero, lavanda y espliego, desparramando todo su perfume. 


Era la procesión del Corpus Christi en Toledo, ese día todo el boato y la fastuosidad de la iglesia discurrían por el recorrido tortuoso de la ciudad engalanada. Los estandartes bordados en oro, las autoridades tanto civiles como eclesiásticas vestidas para la ocasión, el arzobispo ataviado ricamente bajo palio, los niños vestidos de comunión y la Custodia, hermoso ejemplar de orfebrería del renacimiento, obra maestra en su género de un tiempo en el que las cosas se hacían para perdurar, era llevada por porteadores vestidos a la usanza del siglo XVI. La banda de música ponía el contrapunto sonoro a tanto color acompañado de las campanas de la catedral. Todo discurría bajo los toldos colocados sobre lo alto y a lo largo del recorrido para suavizar aquel sol de justicia que dejaba entrever un cielo añil intenso.


Mis ojos se llenaban del calor, del color añil, de tanto lujo desplegado ante mí, la piel se me volvía de gallina y los ojos se volvían rojos de emoción y el sudor me chorreaba por la cara. Ha pasado muchísimo tiempo desde aquella mañana y sin embargo siempre que vuelvo a Toledo y lo hago con frecuencia,  me sigo emocionando por las mismas cosas, siempre descubro algún detalle nuevo, algún rincón que se me escapa, alguna cosa por la cual esta ciudad me sigue fascinando.



GREGORIO GIGORRO

GREGORIO GIGORRO
"Desde San Ildefonso"
Óleo sobre lienzo
Firmado y fechado en 2.005
Medidas:60 x 60 cm



Aranjuez, 14 de Junio de 2.012

martes, 5 de junio de 2012

Algunas cosas que no me gustan


Me da urticaria saber que hay personas que compran flores a otras cuando no las podrán oler jamás, las hay que las prefieren de plástico porque duran siempre y no dan bichos, dicen. Algunas en lugar de resaltar el perfume de una rosa por poner un ejemplo, hablan solamente de sus espinas; demasiadas las adquieren días señalados, obedientes a los dictámenes sociales imperantes. Al contrario pienso que sobran las ocasiones para festejar la vida porque una sola gota de rocío sobre la hierba nos habla de su fuerza. ¿De qué nos podría hablar una multitud, multicolor, de flores de las más variadas especies?

Un ramo de rosas de color rosa recién cortado, con sus cientos de pétalos apretujados al borde del jarrón, destila su perfume denso, impregnando todo a su alrededor. Esto me hace pensar en las abejas, las mariposas y otros animalillos que atraídos por su olor caen en las redes de su seductora fragancia aspirando todo lo mejor de la planta, lo mismo percibimos nosotros en ese instante pero no de la misma manera; demasiadas veces nos quedamos con lo espinoso de los hechos acaedidos en vez de guardar lo dorado de éstos, como oro en paño, aún después de haberse marchitado.

GREGORIO GIGORRO
"La alegría de vivir"
Acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 1.998
Medidas: 50 x 71 cm




Aranjuez, 5 de junio de 2.012

domingo, 27 de mayo de 2012

De donde venimos


Ahora que la primavera se ha instalado entre nosotros, con su exuberante verdor, el mes de Mayo hace honor a su nombre y las fiestas de San Fernando comienzan su andadura. Ahora recuerdo al rey Fernando VI y su esposa Bárbara de Braganza deslizándose en falúa sobre el manso Tajo, mientras Farinelli deleitaba con su canto el paseo.

Ahora se me viene a la cabeza, ¡cuánto lujo desplegado por unos días!, para una esposa a la que amaba ciegamente; ella murió en Aranjuez en 1.758 y él en Villaviciosa de Odón un año después, aquejado de melancolía.

En aquellos días, Aranjuez era la cita obligada de personajes de alto copete y artistas de fuste, organizadores de los eventos llevados a cabo. Aquella pareja junto con sus ministros propulsaron muchas reformas en todos los campos, sin olvidar la cultura, no es casualidad que la Real Academia de Bellas Artes se llame de San Fernando, como no lo es que dicho rey, muerto en 1.252 en Sevilla fuera un gran defensor de las artes como posteriormente reconoció su hijo Alfonso X el Sabio.

Cuánto ha llovido desde aquel tiempo, pero el transcurrir no ha borrado aquel esplendor. Aquellos lodos trajeron estos barros, basta darse una vuelta por la calle de la Reina, un día después de una larga noche de fiesta, comprobando como la basura se acumula bajo la hilera de las interminables piñas de piedra que bordean el jardín, imaginaba al rey Felipe II, gran amante del arte acompañado por sus cortesanos paseando a caballo desde el palacio hasta el río bajo la frondosidad de los árboles recorriendo la inmensa calle mandada proyectar por él.

La fiesta es una celebración suprema de la vida; la herencia recibida debe ser no solo conservada sino acrecentada como un bien único reconocido para disfrute de todo un pueblo, con la prestancia de una ciudad barroca.


GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"El embarcadero"
Acrílico sobre papel
Firmado y fechado en 2.000
Medidas: 49,5 X 35 cm


Aranjuez, domingo 27 de Mayo de 2.012

domingo, 20 de mayo de 2012

Sueño


Le agobiaba la idea de perder aquel tren, tanto había soñado con aquel viaje que no pegó ojo. Mecido por el traqueteo de las ruedas, se quedó dormido, como cuando era niño en su sillita.

Un cielo cuajado de estrellas, llenaba la noche inmensa mientras el canto de los grillos acompañaba al paseante. Deambuló por callejas, placitas, ruinas antiguas, bajo palmeras altas como campanarios; el susurro de las fuentes refrescaba el recorrido repleto de naranjos y jazmines hasta desembocar en un río grande y manso adonde se asomaba la ciudad entera. Al llegar a la estación el sol le despertó, había llegado a su sueño.


GREGORIO GIGORRO
GREGORIO GIGORRO
"Pepi en la pecera"
Acrílico sobre cartón
Firmado y fechado en 2.000
Medidas: 50 x 35 cm

sábado, 12 de mayo de 2012

Paseo por el Prado



Caminaba con parsimonia bajo los plátanos del umbroso paseo, enormes, húmedos a esa hora de la mañana; sentía el frescor del jardín recién regado, a través de la reja se dejaban ver los tulipanes amarillos que daban el contrapunto a tanto verdor.

Enseguida, se plantó frente al pórtico, elegante y rotundo del Museo del Prado, faltaba un poquito para que abriera sus puertas al público; entró, subió hasta la galería central, la gran nave se encontraba sin un alma, sintió que la poseía, sintió sus pasos, repasó las miradas de amorcillos juguetones y regordetes, cortejos fastuosos de personajes ataviados con sus mejores galas, santos atormentados, dulces vírgenes. Cuantas toneladas de miradas como la suya se abrían posado ante tanta hermosura, tanta historia, tanto peso, para perdurar y llegar hasta nosotros, en un mundo donde casi todo se usa y se tira, se devalúa  tan rapidamente.

Volvió a pararse en la adoración de Rubens, los bufones de Velázquez, Cristo y el Ángel de Messina, en Zurbarán, en el Greco.....recorrió los cartones para tapices de Goya, ¡qué impacto le causaron cuando de pequeño los vió por primera vez!.

El tumulto de un nutrido grupo de turistas japoneses le devolvió a la realidad, a esa que ha convertido los museos en romerías, a la moda; comprendió que su paseo había finalizado.

El ruido del tráfico lo amortiguó la caricia del sol bueno de Mayo en la cara, siguió caminando despacito bajo la sombra hasta Cibeles.


GREGORIO GIGORRO
"De cartón piedra"
Técnica  mixta sobre cartón
Firmado y fechado en 1.995
Medidas:  20 x 15 cm


Aranjuez, 8 de Mayo de 2.012