Las mejores fotos, las guardamos como oro en paño, sólo nos pertenecen a nosotros.
¿A quién le importan?, por ejemplo, el delicioso paseo, recorriendo los palacios de la Vía Maqueda, una de las calles principales de Palermo y de las más ruidosas, o lo bien que nos encontrábamos a la sombra del claustro de la iglesia La Magione, de parecida factura que el de Monreale, pasear por La Vucciria, el popular mercado donde te compraste una pamela y compartimos platos sencillos que expendían los vendedores ambulantes.
Esa tierra, es el paraíso de los lechuzos, así que después nos tomamos una cassatta siciliana en Mazzara que nos quitó el sentio, más tarde nos enteramos que era la pastelería preferida de Lampedusa, autor del Gato Pardo.
La quietud de la noche, las lucecitas sobre la bahía de Palermo, las lejanas islas Eólicas, volcánicas todas ellas, el olor a jazmín y mirto del frondoso jardín, amén de otras cosas, no lo capta ninguna cámara; todo esto mientras te tomas un café en el Hotel Villa Iglea, establecimiento caro aunque bien merece una visita por todo lo anterior. Tampoco los platos suculentos a base de pescado, me gustan los nombres como scaloppino di pesce spada y polpette di sarde, en un restaurante que anteriormente fue un palacio barroco.
Ni mucho menos salen el gusto al sumergirte en las aguas turquesas y cristalinas en la playa de Mondello. Pero sí, las fotografías en el Museo de Messina donde se guardan obras de Antonello que nos recuerdan al que custodia el Museo del Prado. O la vista del Teatro de Taormina detrás y abajo la bahía de Naxos, por cierto la primera fundación griega en el siglo VII a.c. y arriba siempre el Etna majestuoso; en el mencionado Teatro se celebra todos los veranos un festival clásico, como en el de Mérida en España.
¡Qué guapos salimos bajo la fuente del Elefante en la Catedral de Catania!, un trasunto de la que hizo Bernini en Roma.
Menudo espectáculo sobrecogedor ofrecía aquella mañana, el Valle de los Templos en Agrigento, salpicados entre olivos, almendros y con pocos turistas a esas horas.
A pesar de terremotos, bombardeos y expolios no han podido con el de la Concordia, magnífico ejemplar del siglo V a.c., es uno de los mejores conservados de la antigüedad, entre otras cosas porque fue convertido en iglesia; estas excavaciones no son las únicas existentes, se gesta Selinunte, también merecen una detenida visita.
Quién pudiera regresar a esa isla cuando llega la primavera y se celebra la fiesta del almendro en flor entre tan imponentes vestigios.
Mientras tanto nos tomamos una copa de vino de la bodega Tenuta Donna Fugata Di Contessa en Tellina, mientras que volvemos a recordar al autor del Gato Pardo, pues en dicha obra se describen los viñedos para elaborar dicho caldo en Marsala; los museos guardan el alma antigua y en las bodegas ya desde el siglo XVIII nos aguardan el poso del tiempo.
Sicilia, antigua hasta decir basta, habitada desde tiempos remotos por los elimios hasta llegar a los aragoneses, sin olvidar a fenicios, cartagineses, griegos, romanos, normandos, a través de una dilatada historia han dejado una impronta importante en este lugar del mediterráneo.
Sacudida por terremotos, por bombardeos, abandono de siglos, siempre casada con el mar azul, de aguas transparentes y vigilada desde lo alto por el Etna.
Fascinante lo mires como lo mires.
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GREGORIO GIGORRO "La pareja" Acrílico sobre cartón Firmado y fechado en 2017 Medidas 35 x 50 cm
En Aranjuez a 9 de octubre de 2017 |